Cabe recordar por motivo del Festival de Lima 2008, un traspié por parte del comité organizador; es pues, que Alfredo Vanini cada vez se hacía más popular, más que por su esfuerzo y conocida pericia en el bien de la cultura en el Perú, por la chilla, como él mismo la hace llamar, que hizo acerca del Afiche del Festival de Lima para dicho evento en su onceava edición realizada el 2007, en una entrevista de Henry Spenser, en agosto de ese año; Vanini, programador de la sala de la Biblioteca Nacional de Lima, que por primera vez y a insistencia de Alfredo participaba en dicho Festival, se refirió al mencionado afiche, con algo de humor, como un "urbanismo limeño hasta el culo", con conceptos de una Lima burguesa excluyente de los de piel cobriza y oscura, al parecer, según dice, por muchachos algo fuera de la realidad, posiblemente bien educados, "políticamente correctos, de izquierda caviar"; muchachos de Toronja comunicaciones quienes excluyen étnicamente a un gran porcentaje de la población real de Lima, incluyendo sólo a uno de características provinciales, que lejos de comprar un ticket es un humilde canillita que no atina siquiera a saber del Festival y para colmo da la espalda, pasando totalmente desapercibido, casi casi, como que no existe en el mundo del Festival. Un afiche ciertamente racista, aunque de seguro, no mal intencionado, que es más grave aun.
A tan cataclíptica reacción de la gente, infundada por cierto, Vanini mandó una carta abierta a Henry Spenser el 7 de agosto del año pasado, donde amplía sus puntos de vista, claros y lógicos:
A tan cataclíptica reacción de la gente, infundada por cierto, Vanini mandó una carta abierta a Henry Spenser el 7 de agosto del año pasado, donde amplía sus puntos de vista, claros y lógicos:
Queridos amigos.
Les escribe Alfredo Vanini. En primer lugar, quiero agradecer todas las opiniones que se han escrito sobre mi comentario en torno al afiche del 11 Festival latinoamericano de cine del Centro Cultural de la PUCP. Las favorables y, especialmente, las discrepantes. Eso es pues, la democracia. La democracia activa, no aquella que está en el papel ni en el discurso: la libertad de poder decir lo que uno cree. Y aprecio en Luis Carlos Burneo la valentía que ha tenido de colgar el segmento en su página. Confieso que no pensé que iba a generar tanta batahola.
Segundo lugar, quiero dejar bien claro que no se trata de un ataque a las personas que trabajan en el CCPUCP y que tan esforzadamente, me consta, trabajan todos los días del año a favor de la cultura en nuestra ciudad. Es una tarea difícil. Y créanme, pues hace siete años vengo intentando hacerlo, antes en la Alianza Francesa, hoy en la Biblioteca Nacional. Se que están molestos conmigo, y me duele. Desde hace tres años, por iniciativa propia y gracias a la generosidad de Alicia Morales, vengo apoyando este Festival de cine que, con más aciertos que errores, crece cada día más. Estoy seguro que si pudieran, pondrían las entradas más baratas y harían funciones de teatro más populares. Pero las limitaciones existen, es obvio. Tanto en las instituciones públicas como privadas. ¡Qué me lo digan a mí que ahora trabajo para una institución pública!
Los franceses, cuando polemizan, se hacen siempre una pregunta inicial. “¿Desde dónde habla usted?” Es lo que nosotros decimos más complicadamente “contextualizar”. Contextualizo pues. No tengo una formación académica completa. De hecho soy autodidacta. Y como buen autodidacta busco maestros en todos lados (desde Coqui Bruce hasta doña Irene, señora de Apurimac a quien compro todos los días el pan). Leo y leo de todo: libros de todas las disciplinas, revistas, periódicos. Veo cine desde los 5 años. Voy al teatro desde el vientre: mi madre, estudiante de teatro, era y es cinéfila. Procuro cultivar la amistad de personas inteligentes que saben más que yo. Y escucho siempre. Y quizá por esa visión vasta que no me ha podido quitar el claustro universitario (todo claustro es un espacio cerrado, incluso insular) me permite percatarme quizá de cosas que no se ven fácilmente. Miro desde abajo, rostros. De lo contrario solo vería cabezas, desde arriba. No se engañen por mis apellidos (nadie es culpable de sus apellidos): soy un peruano de a píe. No tengo carro, ni propiedades. Nací, crecí y vivo aún en un barrio popular: Breña. Vivo de mi trabajo y con mi trabajo mantengo a mi pequeña familia. No tengo sirvienta, nunca la tuve, y nunca nos hizo falta. Socialmente pues, soy un cholo. ¿Cuál es el pequeño detalle que hace la gran diferencia?. Que mis padres se esforzaron enormemente para pagarnos, a mis dos hermanos y a mí, una educación en un colegio británico. Paralelamente llenaban de libros toda nuestra casa. A pesar de ello, no soy un aculturado (¡gracias Arguedas!), y a pesar de mi cultura, como cholo me reconozco, y como cholo veo mi sociedad. Y como cholo leo lo que los sabios de mi país escriben sobre mi, el cholo, y como cholo reacciono ante esa mirada que sobre mi se posa.
Dicho todo esto, me reafirmo: el afiche es racista. Lanza un mensaje racista. Si este contenido o mensaje racista es deliberado o no, no lo creo. Conozco a Sandro Venturo. Nunca sospeché en él, ni lejanamente, algún sesgo racista. Se de su trabajo, he leído con interés –pero de manera crítica- algunos de sus libros y artículos. No siempre estoy de acuerdo con él. A veces sí. Pero esta vez, no lo estoy y lo he manifestado. No sostengo que los directores de Toronja son racistas. ¡Y mucho menos las personas del CCPUCP! Repito: el afiche es racista. Y lo siento Sandro, tu respuesta, personalmente, no me satisface.
En mi razonamiento me guían siempre dos actitudes aparentemente contradictorias: soy paleolítico y soy autocrítico. Paleolítico (no cavernario) porque me rindo ante los hechos simples, concretos y demostrables: si tomo un disco de piedra y hago un agujero en medio, hago una rueda. Ni más ni menos. Y soy autocrítico porque, todo el tiempo, antes y después de cada afirmación, pública o privada, me digo, “Alfredo, ¿y si estás equivocado?”.
Y como paleolítico miré una y otra vez el afiche. Y como paleolítico fui al diccionario y busqué la palabra racismo. Y como paleolítico leí: “Racismo: 1. m. Exacerbación del sentido racial de un grupo étnico, especialmente cuando convive con otro u otros.”. Luego volví a mirar el afiche y me dije “Pues sí, es racista según esta definición”. Y como autocrítico pregunté a mi familia, y como autocrítico pregunté a mis amigos, y como autocrítico pregunté a mis vecinos “¿me equivoco?”. El resto todos pueden verlo. Yo he declarado. Ustedes han opinado. ¿Ya que no soy sociólogo ni publicista no tengo derecho a opinar sobre lo que hace un sociólogo o un publicista? ¿Sobre lo que hacen y pegan en la ciudad en la que vivo? No señores, me niego a aceptar eso. Y reivindico para mí y para otros el derecho ciudadano a opinar, incluso de manera virulenta, sobre lo que sucede alrededor nuestro. Pero no me considero portavoz de nadie. No intento crear una polémica. No me interesa que se hable de mí. Hasta en eso soy cholo: tengo ese pudor típico de aquellos que no les gustan las fotos ni verse en TV. No soy fotogénico y tengo unas horribles bolsas bajo los ojos debido a mi avidez de lectura. Pero si he logrado que a través mío, cholo medianamente culturizado, se haya podido expresar la opinión de muchos otros, estoy contento. De otro lado, Toronja Comunicaciones tiene todos los medios a su disposición (su libro Ampay –el que, sea dicho, he leído con mirada muy crítica- ha sido portada en Somos el sábado pasado. ¡No es poca cosa!). Tanto Sandro como Gustavo Rodríguez son personas ligadas a la comunicación y se desplazan como pez en el agua en esa gran pecera. Yo no. Y en lo que a mí respecta, este tema está acabado. Mi opinión ha sido escuchada. A otra cosa mariposa y que la función continúe.
Pero sí me interesa decir es que se demuestra una vez más que todos nosotros, peruanos, tenemos el racismo metido en la médula. Nacemos con él, es nuestro ADN. Y no solamente del blanco hacia el andino, sino del blanco hacia el negro, y del andino hacia el blanco, y del negro hacia el andino y viceversa. ¡E incluso del andino hacia el andino y del negro hacia el negro!
Y es esa incapacidad para ver al otro lo que nos desangra. Y es en eso en lo que hay que reflexionar. Es eso lo importante. ¡Y no con afiches, ni con complicadas y demagógicas obras de arte o performances o instalaciones que se cuelgan en galerías de arte que pocos, salvo los propios artistas, visitan! Sino con acciones concretas, paleolíticas: invitarlos, incluirlos, escucharlos, dejar que se presenten ante nuestros ojos, dejándolos hablar, tocándolos, reconocernos en ese otro.
Porque ese otro está allí a pesar de todo. Y es peruano, y todos nosotros, de alguna manera, somos él, andino, bajito, jorobado, con gorrita, con zapatillas y buzo, caminando en una ciudad a la que es ajena pero en la que viven, trabajan, sufren y gozan miles como él. Una ciudad en la que siempre ha estado, y en la que nunca nadie lo ve. Una ciudad en la que hay fiestas a las que nunca él está invitado. Y como estamos tan ocupados viendo a los invitados, descifrando si el elegante es Blume o Luppi, (aquellos hombres con “pelos en el rostro y cuerpos de acero”, la estupidez que nos enseñan en el colegio y que María Rostorowsky no se cansa de condenar) no nos damos cuenta que tal vez ese peruano también quería su entrada. Pero lo acaban de echar de la cola y se va. ¡Cuánto nos cuesta verlo de igual a igual y no bajo una mirada sea de exotismo, sea de sujeto de estudio sociológico o sea simplemente de desprecio! Este afiche actúa directamente sobre nuestro imaginario simbólico. ¡Qué maravilloso provecho podemos sacar de él! No es deliberado, estoy seguro de ello. Se le escapó del subconsciente al dibujante. Y se le escapó del subconsciente a Sandro y a Gustavo. Y se les escapó a todos aquellos (se les escapa aún en estos momentos, estoy seguro) que no se identifican con aquel pequeño hombre. ¡Qué ganas tengo de encontrarme con Coqui Bruce, a quien conozco y aprecio, y que además prepara un libro sobre racismo, para saber qué tiene que decir sobre este afiche!
Es la fascinación ante el extranjero y la negación de lo propio. Es Cajamarca, noviembre 1532. Ese pequeño hombre del afiche de Toronja es quien cimentó la riqueza de esa España del siglo 17 y 18 que ahora les cierra la puerta en las narices, ese que tonteamos en 1821 con el cuento que era “libre e independiente”, ese que enviamos al matadero en 1881 a defender una ciudad cuyos salones no conocía. Es ese que fue enviado por un polpotiano demente a dinamitar y despedazar por más de 12 años una ciudad, en la cual vivía pero que sin embargo que no le pertenecía. Es ese cuyo nombre, palabra y foto aparece en un informe de miles de páginas, y que muere cada día ante nuestra alegre indiferencia. Sin embargo está allí, viviendo con nosotros. Pasando por la puerta del cine. Con rabia, con tristeza. Vamos a invitarlo a la fiesta, ok?. Vamos a invitarlo a entrar antes que tome la 73 que está pasando por allí y se vaya a su modesta casa, donde lo que sí podrá ver es la basura que le ofrece la televisión de Magali y Laura Bozzo.
Porque lo hemos visto. Lo vemos ahora. Veámoslo siempre. Antes que sea, una vez más, demasiado tarde.
Alfredo Vanini
Agosto del 2007
Durante el 11 Festival de cine de la Pontificia Universidad Católica del Perú.
Marco Palacios
Les escribe Alfredo Vanini. En primer lugar, quiero agradecer todas las opiniones que se han escrito sobre mi comentario en torno al afiche del 11 Festival latinoamericano de cine del Centro Cultural de la PUCP. Las favorables y, especialmente, las discrepantes. Eso es pues, la democracia. La democracia activa, no aquella que está en el papel ni en el discurso: la libertad de poder decir lo que uno cree. Y aprecio en Luis Carlos Burneo la valentía que ha tenido de colgar el segmento en su página. Confieso que no pensé que iba a generar tanta batahola.
Segundo lugar, quiero dejar bien claro que no se trata de un ataque a las personas que trabajan en el CCPUCP y que tan esforzadamente, me consta, trabajan todos los días del año a favor de la cultura en nuestra ciudad. Es una tarea difícil. Y créanme, pues hace siete años vengo intentando hacerlo, antes en la Alianza Francesa, hoy en la Biblioteca Nacional. Se que están molestos conmigo, y me duele. Desde hace tres años, por iniciativa propia y gracias a la generosidad de Alicia Morales, vengo apoyando este Festival de cine que, con más aciertos que errores, crece cada día más. Estoy seguro que si pudieran, pondrían las entradas más baratas y harían funciones de teatro más populares. Pero las limitaciones existen, es obvio. Tanto en las instituciones públicas como privadas. ¡Qué me lo digan a mí que ahora trabajo para una institución pública!
Los franceses, cuando polemizan, se hacen siempre una pregunta inicial. “¿Desde dónde habla usted?” Es lo que nosotros decimos más complicadamente “contextualizar”. Contextualizo pues. No tengo una formación académica completa. De hecho soy autodidacta. Y como buen autodidacta busco maestros en todos lados (desde Coqui Bruce hasta doña Irene, señora de Apurimac a quien compro todos los días el pan). Leo y leo de todo: libros de todas las disciplinas, revistas, periódicos. Veo cine desde los 5 años. Voy al teatro desde el vientre: mi madre, estudiante de teatro, era y es cinéfila. Procuro cultivar la amistad de personas inteligentes que saben más que yo. Y escucho siempre. Y quizá por esa visión vasta que no me ha podido quitar el claustro universitario (todo claustro es un espacio cerrado, incluso insular) me permite percatarme quizá de cosas que no se ven fácilmente. Miro desde abajo, rostros. De lo contrario solo vería cabezas, desde arriba. No se engañen por mis apellidos (nadie es culpable de sus apellidos): soy un peruano de a píe. No tengo carro, ni propiedades. Nací, crecí y vivo aún en un barrio popular: Breña. Vivo de mi trabajo y con mi trabajo mantengo a mi pequeña familia. No tengo sirvienta, nunca la tuve, y nunca nos hizo falta. Socialmente pues, soy un cholo. ¿Cuál es el pequeño detalle que hace la gran diferencia?. Que mis padres se esforzaron enormemente para pagarnos, a mis dos hermanos y a mí, una educación en un colegio británico. Paralelamente llenaban de libros toda nuestra casa. A pesar de ello, no soy un aculturado (¡gracias Arguedas!), y a pesar de mi cultura, como cholo me reconozco, y como cholo veo mi sociedad. Y como cholo leo lo que los sabios de mi país escriben sobre mi, el cholo, y como cholo reacciono ante esa mirada que sobre mi se posa.
Dicho todo esto, me reafirmo: el afiche es racista. Lanza un mensaje racista. Si este contenido o mensaje racista es deliberado o no, no lo creo. Conozco a Sandro Venturo. Nunca sospeché en él, ni lejanamente, algún sesgo racista. Se de su trabajo, he leído con interés –pero de manera crítica- algunos de sus libros y artículos. No siempre estoy de acuerdo con él. A veces sí. Pero esta vez, no lo estoy y lo he manifestado. No sostengo que los directores de Toronja son racistas. ¡Y mucho menos las personas del CCPUCP! Repito: el afiche es racista. Y lo siento Sandro, tu respuesta, personalmente, no me satisface.
En mi razonamiento me guían siempre dos actitudes aparentemente contradictorias: soy paleolítico y soy autocrítico. Paleolítico (no cavernario) porque me rindo ante los hechos simples, concretos y demostrables: si tomo un disco de piedra y hago un agujero en medio, hago una rueda. Ni más ni menos. Y soy autocrítico porque, todo el tiempo, antes y después de cada afirmación, pública o privada, me digo, “Alfredo, ¿y si estás equivocado?”.
Y como paleolítico miré una y otra vez el afiche. Y como paleolítico fui al diccionario y busqué la palabra racismo. Y como paleolítico leí: “Racismo: 1. m. Exacerbación del sentido racial de un grupo étnico, especialmente cuando convive con otro u otros.”. Luego volví a mirar el afiche y me dije “Pues sí, es racista según esta definición”. Y como autocrítico pregunté a mi familia, y como autocrítico pregunté a mis amigos, y como autocrítico pregunté a mis vecinos “¿me equivoco?”. El resto todos pueden verlo. Yo he declarado. Ustedes han opinado. ¿Ya que no soy sociólogo ni publicista no tengo derecho a opinar sobre lo que hace un sociólogo o un publicista? ¿Sobre lo que hacen y pegan en la ciudad en la que vivo? No señores, me niego a aceptar eso. Y reivindico para mí y para otros el derecho ciudadano a opinar, incluso de manera virulenta, sobre lo que sucede alrededor nuestro. Pero no me considero portavoz de nadie. No intento crear una polémica. No me interesa que se hable de mí. Hasta en eso soy cholo: tengo ese pudor típico de aquellos que no les gustan las fotos ni verse en TV. No soy fotogénico y tengo unas horribles bolsas bajo los ojos debido a mi avidez de lectura. Pero si he logrado que a través mío, cholo medianamente culturizado, se haya podido expresar la opinión de muchos otros, estoy contento. De otro lado, Toronja Comunicaciones tiene todos los medios a su disposición (su libro Ampay –el que, sea dicho, he leído con mirada muy crítica- ha sido portada en Somos el sábado pasado. ¡No es poca cosa!). Tanto Sandro como Gustavo Rodríguez son personas ligadas a la comunicación y se desplazan como pez en el agua en esa gran pecera. Yo no. Y en lo que a mí respecta, este tema está acabado. Mi opinión ha sido escuchada. A otra cosa mariposa y que la función continúe.
Pero sí me interesa decir es que se demuestra una vez más que todos nosotros, peruanos, tenemos el racismo metido en la médula. Nacemos con él, es nuestro ADN. Y no solamente del blanco hacia el andino, sino del blanco hacia el negro, y del andino hacia el blanco, y del negro hacia el andino y viceversa. ¡E incluso del andino hacia el andino y del negro hacia el negro!
Y es esa incapacidad para ver al otro lo que nos desangra. Y es en eso en lo que hay que reflexionar. Es eso lo importante. ¡Y no con afiches, ni con complicadas y demagógicas obras de arte o performances o instalaciones que se cuelgan en galerías de arte que pocos, salvo los propios artistas, visitan! Sino con acciones concretas, paleolíticas: invitarlos, incluirlos, escucharlos, dejar que se presenten ante nuestros ojos, dejándolos hablar, tocándolos, reconocernos en ese otro.
Porque ese otro está allí a pesar de todo. Y es peruano, y todos nosotros, de alguna manera, somos él, andino, bajito, jorobado, con gorrita, con zapatillas y buzo, caminando en una ciudad a la que es ajena pero en la que viven, trabajan, sufren y gozan miles como él. Una ciudad en la que siempre ha estado, y en la que nunca nadie lo ve. Una ciudad en la que hay fiestas a las que nunca él está invitado. Y como estamos tan ocupados viendo a los invitados, descifrando si el elegante es Blume o Luppi, (aquellos hombres con “pelos en el rostro y cuerpos de acero”, la estupidez que nos enseñan en el colegio y que María Rostorowsky no se cansa de condenar) no nos damos cuenta que tal vez ese peruano también quería su entrada. Pero lo acaban de echar de la cola y se va. ¡Cuánto nos cuesta verlo de igual a igual y no bajo una mirada sea de exotismo, sea de sujeto de estudio sociológico o sea simplemente de desprecio! Este afiche actúa directamente sobre nuestro imaginario simbólico. ¡Qué maravilloso provecho podemos sacar de él! No es deliberado, estoy seguro de ello. Se le escapó del subconsciente al dibujante. Y se le escapó del subconsciente a Sandro y a Gustavo. Y se les escapó a todos aquellos (se les escapa aún en estos momentos, estoy seguro) que no se identifican con aquel pequeño hombre. ¡Qué ganas tengo de encontrarme con Coqui Bruce, a quien conozco y aprecio, y que además prepara un libro sobre racismo, para saber qué tiene que decir sobre este afiche!
Es la fascinación ante el extranjero y la negación de lo propio. Es Cajamarca, noviembre 1532. Ese pequeño hombre del afiche de Toronja es quien cimentó la riqueza de esa España del siglo 17 y 18 que ahora les cierra la puerta en las narices, ese que tonteamos en 1821 con el cuento que era “libre e independiente”, ese que enviamos al matadero en 1881 a defender una ciudad cuyos salones no conocía. Es ese que fue enviado por un polpotiano demente a dinamitar y despedazar por más de 12 años una ciudad, en la cual vivía pero que sin embargo que no le pertenecía. Es ese cuyo nombre, palabra y foto aparece en un informe de miles de páginas, y que muere cada día ante nuestra alegre indiferencia. Sin embargo está allí, viviendo con nosotros. Pasando por la puerta del cine. Con rabia, con tristeza. Vamos a invitarlo a la fiesta, ok?. Vamos a invitarlo a entrar antes que tome la 73 que está pasando por allí y se vaya a su modesta casa, donde lo que sí podrá ver es la basura que le ofrece la televisión de Magali y Laura Bozzo.
Porque lo hemos visto. Lo vemos ahora. Veámoslo siempre. Antes que sea, una vez más, demasiado tarde.
Alfredo Vanini
Agosto del 2007
Durante el 11 Festival de cine de la Pontificia Universidad Católica del Perú.
Marco Palacios
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